miércoles, enero 21, 2009

La Mancha

Al aterrizar, Luc se sacudió las ropas para alisarlas y limpiarlas de polvo. Prolijamente estiró la línea de sus pantalones, y reacomodó el cinturón alrededor de la robusta cintura, preocupándose de que la tela se acomodara a las curvas de su convexo estómago.
De repente sintió una humedad subrepticia, pringosa, interiorizada en las fibras de la camisa en la zona baja del ombligo, pegándole la tela a la piel velluda. Sorprendido, se miró los dedos, y vio esa sustancia rojiza, brillante y perlada. Grumosa y suave. Era imposible. ¿En su estómago?. Era imposible. Hubiese entendido su presencia en sus turgentes pectorales, en las rodillas e incluso en la punta de sus zapatos. Pero nunca en la parte baja del estómago, aquella que por las curiosas formas de la obesidad siempre quedaba en sombra al estar de pie.
Luc trató de doblarse, y llegar con la mirada al otro lado del planeta hinchado que cada año sorprendía más a su sastre. Y vió allí la distribución de la mancha. El ketchup había salpicado, vaya uno a saber cómo, ciertamente desde abajo, considerando que volando su estómago siempre apuntaba al suelo. Luc consideró muy probable que, habiendo almorzado un sánguche de milanesa durante el vuelo, el ketchup hubiese encontrado su origen en él. Pero esta deducción no hacía más que complicar el entendimiento de las razones de la aparición de la mancha.

Porque para comer durante el vuelo, Luc debía modificar notiriamente su postura; las manos dejaban su posición de timón a los lados de la cabeza, apuntando hacia adelante, para plegarse sobre el pecho y sostener el sánguche sin perjudicar mucho la aerodinamia. Formaba entonces el timón con las rodillas, pero la impresición que provocaba la retención de líquido en las mismas le llamaban a bajar considerablemente la velocidad a unos prudentes quinientos kilómetros por hora.
Considerando que plegado de esta forma la zona que se manchó con ketchup se hallaba protegida por la presión contra su regazo, Luc todavía no podía concebir como el ketchup había salpicado su bajo estómago. Era realmente imposible.
Pensó en posibles ataques en el despegue, con una cerbatana certera. Consideró alguna frenada repetina durante el vuelo de la gota de ketchup desde el sánguche, inviertiendo la polaridad de la relación entre el desplazamiento de Luc y la del proyectil. Pensó en las mil posibilidades que sabía que no podría concebir por no entender del todo la mecánica interna que le permitía volar.
Se insultó mentalmente, recordando las recomendaciones de su madre. Soltó el cinturón, y lo reacomodó sobre su estómago, ampliando su diámetro en tres orificios, de forma que tapara la mancha.
Respiró profundo, revisó que los registros y el formulario de aplicación estuvieran dentro del maletín, y entró al edificio.

2 comentarios:

Miguel Rodríguez dijo...

Me recomendaron visitara este espacio.

Me voy más que satisfecho.

(y con mucho aún por leer)

Abrazos.

Javiera. dijo...

Me encantan tus letras, y el estilo sobrio del blog.