sábado, marzo 06, 2010

Médanos

No podía decírsele oasis a eso; apenas era una sombra enjuta en mitad de la arena. Miope se sentía uno en sus divagues, en su intocable indefinición. Era una mancha que tapaba el sol, y uno parpadeaba incómodo, y ahí lo notaba; nunca fue la sombra amena de un parrón, acunando siestas. Era un señuelo de curiosidades, coloreada con escotes y caderas. Eran sonrisas difusas las que a uno lo ataban. Se perdían los días en las mesetas de sus estados de ánimo, tratando de calcular el norte con un contador Geiger.
Y uno la sigue viendo, en retrospectiva y con temor a convertirse en estatua de sal, y sigue sabiendo, como siempre supo, que allí no había nada más que cartón pintado. Pero era tan reluciente, tan novedosa la emboscada, que uno no podía no dejarse embaucar. Había que bajarse los pantalones, sonreír, y dejarse mecer con las mareas, deseando no irse a los atolones rosados a los que uno les sacaba fotos desde el mirador panorámico. Había que hacerlo, porque es lo único que uno, dentro de su dignidad mancillada, podía hacer. había que ver salir el doble cero por enésima vez.

Lo bueno de volver al desierto, a la sed y al calor, es que los engaños no existen. se pasa mal, pero se sabe a cabalidad a cuanto sube la suma de pena que se está viviendo.

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