lunes, febrero 15, 2010

Pequeñas Victorias

Una de esas noches cálidas de Noviembre, acostado en la cama después de una sobredosis de History Channel, apagué la luz del velador, y traté de enfrascarme nuevamente en los misterios de la noche. Y sentí, por primera vez, un murmullo sordo e incesante. Traté de ignorarlo, pero al rato el único misterio de la noche era ese murmullo, llenando mi cabeza. Salí de la cama, molesto, y noté que el sonido venía del baño; de la cisterna del inodoro. Levanté la tapa, y ví que un chorrito caía sutil y apocado. Saqué la tapa de la mochila y el murmullo se hizo mucho más presente. Traté de ajustar el flotador, y munido de un destornillador, ajusté algunos tornillos cuya función parecía ser regular el aparato, sin entender bien en qué forma. Obviamente, no logré solucionarlo, y el murmullo cobró cierto matiz de risa burlona.
Durante más de dos meses, usé el baño acostumbrándome a abrir y cerrar la llave de paso cuando era necesario. Mis visitas no lograban acostumbrarse a tan exótica csotumbre, provocándome constantes encuentros con sus deposiciones.
Pero hoy todo cambió. Compré una cisterna nueva, y la cambié. Tiene un diseño más compacto, y los materiales se ven más nobles. El flotador está incrstado en el mástil por lo que no ejerce presión lateral (que, según yo, es lo que terminó venciendo el material de la anterior). Abrí la llave de paso, la mochila se llenó y antes de llegar a rebalsar el agua dejó de salir en un silencio contundente y decidido.
Por necesidad ya he dejado caer el agua de su recipiente un par de veces, y cada una de ellas fue acompañada finalmente por ese silencio con tanto sabor a victoria.

1 comentario:

jani dijo...

ya era hora!