lunes, julio 27, 2009

Carta

Te escribo esta carta aprovechando que el Lumbago, el buque ballenero que acoge a nuestra expedición, ha tomado una pausa en el puerto de Rochart, en las costas de Marruecos, con el fin de recargar combustibles, aprovisionarnos y comprar un nuevo set de barajas.
Hemos logrado llevar gran parte de la investigación a cabo, pero como sabrás, el Pez Dorado Gigante del Índico es un ser esquivo y poco amigo del flash. Por suerte, Marc trajo su cámara digital, y hemos podido casi prescindir de las luces artificales (por cierto, un descubrimiento interesante: las franjas que veíamos rojas, en realidad son de un verde precioso… al parecer es un efecto parecido al de los “ojos rojos”; revolucionaremos al mundo cuando lo renombremos Pez Verdoso Gigante del Índico.
Y si bien estas son grandes noticias, no es por lo que te escribo. Te escribo porque he descubierto que, personalmente, la distancia y la soledad del mar me han calado mucho más que al resto de la expedición. Cierto es que soy el único que no es un marinero experimentado, y cierto es que es la primera vez que salgo de viaje con menos de 60 personas como compañía. Pero cuando a la tarde me escapo de las reuniones de Bridge con las que simulamos hacer reuniones de trabajo frente a los marinos de la tripulación, y fumo los puros que me has regalado observando la quilla hundirse en la estela dorada del sol en el mar, no puedo dejar de pensar en ti; pienso primero que has elegido una pésima marca de puros. Pero después recuerdo tus brazos que han sido para mí la mejor de las mareas, y recuerdo tus ojos que opacan este sol que me ciega ahora, reflejándose en el vidrio de la mesa de este pequeño y pintoresco bistró donde espero a mis camaradas. Y te digo, Lucrecia, que es ahora a la distancia, donde el mar y la falta de aseo me han dado esta apariencia de hombre rudo con la que me gusta asociarme (oh, si vieras… ¡Tres semanas sin manicure!), que vengo a darme cuenta que tú has sido la razón de mis mayores locuras, y mis mayores descubrimientos (¡sí fue por ti, y tu desdén hacia la limpieza que he descubierto tantas bacterias al comienzo de mi carrera!). Donde aprendí a ver más allá de mí, y empezar a ponerme en tu lugar, y ver la sufrida lucha de mujer detrás del prócer; puedo ver ahora todas mis malas acciones, y puedo empezar a luchar contra ellas. Pero siento tu ausencia, siento tu frialdad para conmigo. Sé que el no tener una dirección fija hace que no puedas escribirme, pero pude leer un poco más allá de tus palabras de despedida, y sé que además de los insultos y gritos que utilizaste, en tu mirada anidaba un odio profundo. El odio a quién no se quiere ver más.
Es por eso que te escribo, Lucrecia, para luego tirar la carta al mar, donde ojalá algún pececillo la haga llegar hasta ti, te conmueva y tengas la bondad de hablarme otra vez a mi regreso.

1 comentario:

Belo dijo...

Volvé.