domingo, agosto 17, 2008

Cuento de invierno

Ella tenía quince años, y a él le gustaban las canciones de amor. Se habían conocido en la misa de los sábados en la tarde; Ella elegía ese horario porque no le gustaba madrugar, y él porque los domingos tenía jornada completa en el matadero. La tercera vez que la invitó a salir, ella se animó, y le mintió a su madre para poder verlo. Él le compró un helado, y le repitió algo que había escuchado sobre las nubes el sol. Ella se sintió afortunada de tener a alguien que se fije en ella.
Se siguieron viendo a escondidas un par de meses, hasta que ella le pidió que conociera a sus padres. Él sintió miedo, y se excusó en no tener la ropa adecuada. Ella le dio dinero, y le dijo que el próximo domingo lo esperaban a almorzar. El sábado previo a la cita no se vieron, y fue el primer sábado desde que empezaron a salir.
A la hora convenida, él se apareció con ropa nueva y con toda la incomodidad de la que era capaz en la cara. El padre le dedicó una cara de explícita desconfianza; la madre, una que él interpretó como lástima. Ella le sonreía ampliamente, y le tomó la mano con fuerza. Él se refugió en esa seguridad cálida, y pudo respirar. Durante el almuerzo, evitó contestarle al padre las preguntas que creí que no le convenía responder. Después del postre, se fueron al patio, y se quedaron conversando. Los padres los espiaban por la ventana; ella tierna, él preocupado. Al caer la tarde se fue, y los padres no lo mencionaron durante la cena.
El primero de agosto él la llevó a su casa. Llovía. Ella no se fijó en lo pobre del lugar, y se enterneció con las flores que había puesto en un florero improvisado. Sonrió cuando él puso un disco de Perales. Trató de bailar con ella, pero estaba muy nervioso. Se miraron, y él buscó una mirada de consentimiento. Ella sólo tenía sonrisas para él.
La guió hacia la cama, y ella se dejó recostar. Boca arriba, miraba por la ventana cómo el agua borroneaba las nubes negras que cubrían el cielo. Él la desnudó tratando de ser suave y sin lograrlo del todo. Para ella Perales cantaba “El amor es una boca con sabor a miel, una lluvia en el atardecer, un paraguas para dos”.
A ella le dolió un poco, pero confiaba en su abrazo y en sus intenciones. Él se decía que era por amor, y no lograba besarla con comodidad. Ella empezó a disfrutarlo, y lo apretó con fuerza. Le mordió una oreja, y él acabó. Ninguno se dio cuenta de que el disco se había terminado.

3 comentarios:

Casa Popular "Vientos del Pueblo" dijo...

PARA MI te convertiste en una persona tan criticona que siempre leo tu blog y nunca lo comento. Pero lo leo, y me gusta, así que lo voy a seguir haciendo.
Te mando un beso, que andes bien.

moipaprika dijo...

Lindo cuento Joaco, bastante caliente al final, jajaja, y muy de pueblo... me gusta.

Ah felicitaciones nuevamente por el 2ndo puesto...!

Minerva dijo...

Me encanta tu forma de escribir.

Y la frase final es muy buena, da el cierre necesario (ya que decías que con esto del cambio que te daba miedo no darle cierre a lo que escribías).

:D