miércoles, enero 24, 2018

Caja de Recuerdos

Debajo de la cama había dejado una caja hacía eso de 15 años. Una caja de zapatos, de alguna marca que tuvo onda en esa época. Los zapatos ya habían desaparecido hace rato, probablemente más por abandono que por exceso de uso. En la caja cerrada con duct tape había guardado y olvidado los recuerdos de ochos meses con ella, diciéndose que armaba una especie de cápsula del tiempo para su yo futuro. Lo cierto que abrir la caja en el momento era una tentación tremenda, pero tirarla a ella y sus ocho meses era moralmente imposible.
La caja reapareció, entonces, 15 años después. Tres meses después del casamiento, su madre dejó de lado las indirectas: tenía que sacar sus cosas, la pieza iba a ser una habitación de huéspedes.
Con Juana fueron, se rieron de los pósters de minas en tetas, y ella lo convenció de que las carpetas de apuntes de sus tres carreras abandonadas no iban a entrar en la casa. Juana bajó unas cajas mientras él desarmaba la cama. Y ahí la vio.
Reconoció el logo de la caja entre los tirantes, y un balde frío de recuerdos le recorrió la espalda. Recordó el contenido, una cosa a la vez, y cada cosa vino con un lugar, una emoción y un olor particulares. Se acordó de la taza de cerámica que ella le había hecho, la foto mal impresa en el marquito chino. Las cartas con perfume, y el pendrive con las fotos en bolas que se sacaron la primera vez que se quedaron un fin de semana solos. Se preguntó como estarían las flores de lavanda que ella le había dado la segunda vez que se vieron, y el poema del Dos corazones que a ella le había causado gracia y él no se había animado a reconocer que lo tocaba profundamente.
Escuchó los pasos de Juana llegar a la planta baja, y comentar con su madre la cantidad de basura que tenía en esa pieza. Corrió la cama, y agarró la caja. Probó con una uña despegar la cinta, pero los años la habían vuelto pegajosa. La sostuvo un rato en sus manos, mientras escuchaba a Juana abrir el baúl del auto. Cuando Juana subió, él estaba terminando con la cama, pegando los pernos con cinta a uno de los largueros. Juana le preguntó qué quedaba.
"La bolsa verde tiene basura, la negra son las últimas boludeces" dijo, y Juana levantó la bolsa negra para ver que había adentro; no pesaba tanto, y se resignó a que la bolsa pasara un par de meses en el garage antes de ser olvidada y ella pudiese hacerla desaparecer. Juana bajó y se despidió de su suegra. Él terminó de acomodar los largueros en la esquina de la habitación, chequeó que no quedara nada en el placard, tomó la bolsa verde y salió, cerrando la puerta.

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