domingo, noviembre 25, 2012

Anacoreta

Fue completamente voluntario.
Inconsciente, sí. Pero voluntario.
Hace tiempo ya que acepté la idea de que no es mi yo consciente quién decide qué es lo que realmente hago.

Y tomó casi 10 años. Pero se logró.
Logré aislarme del mundo en medio de una gran capital.
Logré aislarme, a pesar de trabajar 12 horas por día, de tener amigos, de tener sexo, de deber plata.
Logré aislarme, protegerme, inaccesibilizarme.
Logré que no haya para mí diferencia entre la verdad y la mentira, porque ambas son ficciones que empiezan y acaban en mí.
Logré que las sonrisas reemplazaran las muecas de disgusto, logré que el saludo sonase cómo el viento.
Logré la introspección evadiéndome.

Me fusioné con el espacio al remarcar mi diferencia con él. Mi verdadera rebelión pasa por ser realmente la imagen que imito.

El silencio -el interno, el cierto- me llena. Resuena sin ecos, omnipresente.

Logré dar abrazos y cariño sin estar presente. Logré la empatía con la sombras de un salón repleto y bullicioso.


A pesar de esto, no todo es perfecto. Una vez cada tanto, la ermita cruje y se rompen sus barreras. Suenan chifletes en todos lados, el sol encuentra rendijas que dan a mis ojos y me ciega.

Y se escapa la jauría prisionera, empujada por la madre de todas las desgracias.
Se escapa el cariño sincero por los amigos a los que no quiero querer, la culpa pequeño-burguesa, el llanto de película romántica, la pequeñez del abismo, el frenesí creativo, y la necesidad de un tacto sincero.
Escapan y me buscan, y quieren vengarse. Me muerden las carnes fofas y pálidas, me golpean las articulaciones desgastadas por la falta de movimiento.

Huyen, y dejan a sus cachorros abandonados; los encierro en el sótano de la ermita, y el Dios gordo que me mueve me dice que  esté tranquilo, que esta vez no van a crecer, que no van a volver a escapar, y que ya deben haber subido el capítulo de esta semana.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Gracias.