sábado, agosto 29, 2009

No Recordar

Lo primero es el sopor, la conciencia a medias, y un contraste borroso y azulado que se cuela entre las lagañas; de a poco el enfoque y los otros colores: unos verdes en el piso, y un blanco que se perfila en amarillo saliendo del horizonte. Lo segundo es notar el asiento, las vértebras lumbares y el hormigueo de los pies. El retomar control de los dedos del pie y después estirar los brazos para constatar que se sigue siendo del mismo tamaño y proporciones y que no se es un escarabajo.

Ahora, dentro del espacio de conciencia, se hace el inventario y el registro de fallas. El sabor a pasto en la boca, los mocos duros, el dolor y la pérdida de las ganas de vivir o, por lo menos, de moverse. Recién entonces se puede comprobar que el libro sigue en el elástico del respaldo de adelante, que el mp3 está hecho un bollo en el regazo, que el chocolate apenas probado está derretido entre el terciopelo sintético del tapizado y los jeans que igual había que llegar a lavar.

En seguida, comprensión cabal del tiempo-espacio. Amanece afuera, y algunas fábricas se apiñan esporádicamente al costado de la ruta. Se mira en derredor y se comprueba que el resto del pasaje duerme. Se estima que faltará media hora y se chequea el reloj para, al ver que son casi las seis de la mañana, saber que la estimación fue acertada. Se desaprovecha el libre acceso al subconsciente recordando sensaciones de otros despertares similares, mirando fijamente el sol con los ojos apenas abiertos y mintiendo un rictus de sumo descontento.

Se reamolda el cuerpo al asiento y al chocolate, al tiempo que se reposiciona la frazada, se cierran los ojos, se gruñe guturalmente, y se concentra la atención en volver a dormirse.

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