miércoles, diciembre 19, 2007

Plaza Brasil

Era el mismo banco de plaza, el mismo día de la semana, la misma hora. Ella lo sostenía ahora, y él era el que lloraba. Lo cómico de sus bigotes cubiertos en moco fue lo que le dijo que ese era realmente un momento trágico. Los estertores le surgían de lo más profundo de su diafragma, un diafragma que no estaba acostumbrado a esos estertores; llorar le estaba doliendo físicamente, también. Ella lo miraba incrédula: la única vez que había visto sus ojos tan húmedos él se estaba poniendo un colirio. Y ahora sus pupilas se inundaban de mar, y sus mejillas se ponían coloradas por la falta de costumbre a la acidez de las lágrimas.
Ella miraba con lástima ese despojo de hombre. En ese llanto, en esas lágrimas se estaban licuando las últimas fuerzas, el último resto de soberbia que le quedaba. Le daba pena reconocer que esas mismas cosas que la habían lastimado eran las que le habían hecho amarlo, y ella lo veía vaciarse de todo lo que él era delante de sus ojos. Como equiparar el cariño que ella sentía con ese escualo enjuto que ahora la miraba doliente. Ojeroso y tembloroso, sus manos no podían dejar de moverse.
Lo escuchaba decir “te amo, te extraño”, y no podía creer que ese ser fuese capaz de sentir. No era humano; no había espacio en él para sentir cosas nobles. Ella sabía que sus defectos ocupaban mucho lugar en su cuerpo, pero no estaba segura que toda esa corporalidad que le faltaba ahora hubiesen sido todos sus defectos. En sus ojos veía que el orgullo y el amor propio casi se habían ido. En sus palabras de renuncia estaba su más sincero intento de dejar el egoísmo, pero sus bigotes ingenuos cubiertos de mocos le decían que el poco garbo que tenía también se había ido.
“No fue una cirugía con láser, fue una amputación a dentelladas”, decía él. Se fue casi todo lo malo, pero unas cuantas cosas buenas se quedaron pegadas. “dame un tiempo, que las voy a cultivar de nuevo. Incluso estoy agregando palabras a mi léxico” insistía él.

Pero a ella ya no le interesaba. Ése no era él. Él era malo e inescrupuloso. Este ente tembloroso y apocado no era el hombre al que había adorado pertenecer por tanto tiempo.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Ojalá fuera tu ex novia y pudiera hacerte feliz, y ojalá fueras la persona que puede hacerme feliz a mí. Siempre con ojalás, mi vida, siempre con ojalás. Gracias por los elogios al blog, el tuyo ya los ha recibido.

La de Mameluco dijo...

Excelente. Impecable como siempre. Por una lado es algo incómodo deleitándose leyendo las penas ajenas. Pero que vamos a hacer... el la cruz del escritor... Ojalá sea ficción

Anónimo dijo...

mmm espero que en esto haya mucho de literatura, pues como bien tienes claro la cosa no está en el reprochar este nuevo ser en que te has convertido

Berenizz dijo...

Que hermoso y que triste.
Por qué tendremos esa cosa que hace que nos interesa más quien se las da de difícil?
Quizás lo bueno es que pudiste demostrar lo que sentías. Esa es una habilidad que no tengo, ni me permito.

Berenizz dijo...

"esas mismas cosas que la habían lastimado eran las que le habían hecho amarlo"
me encanta, me siento muy identificada.
descubrí eso el día que lo alejé de mí.