El Señor Casares

-¿Nombre competo?
-Juan Rodrigo Casares Pelma
-Bien señor Casares. ¿Edad?
-48
-48… vaya, parece menos. ¿Profesión?
-Dentista… pero nunca ejercí, no.
-Ah, no… ¿y a que se dedica?
-Bueno, está en mi resumen…
-Pero cuéntemelo Ud., Señor Cásares
-Soy Enunciador.
-Enunciador
-Si, casi siempre con mujeres.
-¿Y que es, exactamente, este trabajo?
-Bueno, es complicado.
-Cuente, nomás. Tengo todo el tiempo del mundo…
-Bueno, básicamente, lo que hago es contarles grandes verdades universales a las mujeres, que de tan universales y obvias casi nadie las dice ya.
-No entiendo.
-Por ejemplo, voy a una fiesta e invito a una señorita a beber una copa. Luego de un poco de conversación informal y lúdica, comienzo a enunciarles los artefactos de seducción que están empleando conmigo. Las mujeres se sorprenden y se ofenden, pero cuando uno les pregunta, entonces, porque usan escotes tan amplios ellas enmudecen. Y caen indefensas. Luego me alejo, diciendo que “necesito una mujer más madura, no una nena tonta” y me voy, dejándole el camino libre a mi cliente.
-O sea, ud lo que hace es…
-Si, exacto. Les deshago las defensas. Les mato la capacidad de usar sus ojos, su cuerpo, su sonrisa… no se equivoque, no es malo; quedan de igual a igual con mi cliente. Tal vez un poco baja la autoestima, pero bien. Muchos de mis clientes son imbéciles, y aunque las mujeres estén desarmadas, no pueden hacer nada. Pero una sonrisa y un halago sincero, y que el sujeto no sea demasiado impresentable, hacen el resto.
-Uhm. Interesante.
-Tome mi tarjeta.